Cuentos

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Que tu pluma sea la que dibuje tu horizonte

miércoles, 28 de noviembre de 2012

El día mas triste

Quizá no perseguía algún sueño en particular el día que decidí echar a andar mi negocio: un café con lejano estilo bohemio, oculto en sus mismas sombras. Era un ambiente silencioso dedicado al buen pensar; pues en aquellos momentos ese tipo de lugares estaban de "moda" y veía en ello una buena posibilidad de ganancias, pero sin duda alguna, más allá del dinero o de las mismas ganas de tener algo que hacer no había otra motivación alrededor de ese pequeño café: Café Bistró fue bautizado.

Y los clientes empezaron a venir: iban y venían en un vaivén repetitivo y monótono, resultado de el mismo estilo de vida de la ciudad. Mi local se ubicaba sobre la Calle Soleu, una calle con muchos puestos dedicados a lo artístico; aunque a decir verdad, Café Bistró jamás nació con ese propósito. Pasaron los meses y al tiempo aparecían caras conocidas, encantadas por el aire místico del local que pronto se hicieron visitantes infaltables en las sillas del café. Pero sin duda alguna jamás olvidare a los Trovadores del Bistró, aquellos locos que agregaron esa nota musical faltante a mi vida y al Café.

Todo empezó en otoño, en el Café no se acostumbra a vender licor, pero esa fue una costumbre que no seguí y de vez en cuando aparecía algún cliente con ánimos de ponerse borracho y olvidar quién sabe qué pecados; pero un día apareció un joven, de cabellos negros y desordenados, con una guitarra a cuestas; Lorenzo se llamaba, siempre decía que venía al Bistró porque no tenía nada mejor que hacer y siempre se sentaba en unas sillas acolchonadas de una esquina solo, a tocar su guitarra. Lorenzo me comentaba que no tenía empleo, su fuente de ingresos era lo que los transeúntes le daban en la calle por sus serenatas a guitarra. Poco a poco ese extraño personaje se volvió un buen amigo, a pesar de ello, Lorenzo siempre terminaba borracho y llorando por alguna tontería; en una de esas deprimentes escenas, osó cantar con su guitarra... una melodía, que seguro nos cambió la vida a mí y a los pocos clientes del local. Quedamos maravillados, pero Lorenzo se negó a repetirlo aduciendo demencia. A los pocos días Lorenzo trajo a otro amigo, un músico con el mismo destino que él, Gabriel. En aquellos momentos, pasadas las cuatro de la tarde, el Bistró se llenaba de una nueva música, de una nueva vida, por las melodías que salían de ese par de locos. Eso afectó mucho la reputación del lugar, se decía que el Bistró respiraba la música de la calle, esa verdadera melodía que a pulso de guitarra y ningún otro instrumento viajaba en el lugar. En la esquina del Bistró era común ver a ese par y algún otro músico ocasional, tocando sus canciones.

Se corría el rumor que el Bistró era el refugio de la música, el refugio de los verdaderos guitarristas. Lorenzo logró crear en menos de un mes, una especie de culto hacia la música de guitarra, hacia la improvisación, hacia el talento de tocar corazones con la música; y todos los días pasadas las cuatro se congregaban en la "esquina" muchos aficionados a la guitarra, de buen y de mal vivir; con o sin talento; buscaban pegarse de la "magia del Bistró", la "magia de Lorenzo" y es que guiados por él, podían tocar melodías que hacían reír hasta al más deprimido, o hacer llorar al más inexpresivo. Habían personas que solo ingresaban al Bistró a oír a los Trovadores, y la Calle Soleu pronto tuvo a su favorita: Café Bistró.

Ellos y el local eran una hermandad, era casi sagrado verlos ahí, casi veinte sujetos tocando, excepto los domingos que era el día de descanso de Lorenzo, y es que sin él, el Bistró perdía su vida, los aprendices su inspiración y los clientes las ganas de quedarse. Aun a pesar de todo este éxito, las cosas no parecían mejorar para Lorenzo, que cada día parecía más sombrío, como si por alegrar los corazones ajenos con su música el suyo terminaba más duro. Hablaba con él seguido, cuando podía y cuando no estuviera borracho, me decía que ningún trabajo le le llamaba la atención ni lo hacía feliz y que la vida era vacía excepto por la música. Siempre le aconsejaba, pero ese tipo era más terco que las rocas, hablar racionalmente era imposible, excepto cuando el lo permitía, pero aún así le quería, era mi gran amigo. Las noches eran mágicas en el Bistró, en una sonata me sentí tan emocionado que empecé a bailar sobre el mostrador ante el asombro de los presentes y de los mismos músicos: creo que esa fue la única vez que vi reír a Lorenzo, pero no importó, era la "magia de Bistró" y pronto todos estaban danzando al compás de los acordes. Felicidad pura.

Pero pronto llegó el día más triste, pasó una semana que no pude hablar ni una sola vez con Lorenzo y ese sábado él no se presentó al Bistró, hubo confusión... pero nada más, nadie temía lo peor. Pero sin duda no tardó en llegar. Ese domingo, me llegó la noticia que Lorenzo se había suicidado, ahorcándose al estilo más literario: desde un puente. Su guitarra era lo único que el tenía y que dejó, en la parte de atrás escrito con las uñas decía: "A Luis, al Bistró". Valvuena, uno de los músicos trajo la guitarra el domingo a eso de las diez y la puso encima del asiento acolchonado de la "esquina". Poco a poco llegaban los Trovadores del Bistró a poner su guitarra junto a la de Lorenzo, en una señal de solemne dolor por la pérdida del "maestro" a medio día había una veintena de guitarras con la de Lorenzo, un puñado de fanáticos del Bistró en las afueras del local y un silencio sepulcral en el Café. En ese momento, saqué una botella de licor de chocolate (su favorito) y la coloqué frente a la guitarra de mi gran amigo. Me quité el delantal azul, y salí del local, por el resto del día estaría cerrado. Esa tarde a las cuatro no hubo canción, no hubo alegrías, solamente duelo; solo espero que Lorenzo halla llevado la magia del Bistró al cielo y me esté esperando con ansias allá, donde todo es mejor. Al caminar sobre la Calle Soleu alejándome del Bistró, solo pude resolver que ese había sido, el día más triste.

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